miércoles, 11 de marzo de 2015

:Alberto Garzón Espinosa ¿POR QUÉ APOYO A ANTONIO MAILLO?


¿POR QUÉ APOYO A ANTONIO MAILLO?
Antonio Maillo es el candidato de IU en Andalucía. Comparto con él no sólo un proyecto político, en el seno de Izquierda Unida, sino también una determinada concepción del mundo, que diría Gramsci, que nos empuja a abrazar un fuerte y sólido compromiso social. Compartimos ambos unas lentes con las que enfocamos e interpretamos la vida política y social. Y ello, en una sociedad donde el tiempo histórico se ha acelerado, no es poco. Hoy, con grandes cambios sucediéndose a gran velocidad, conviene también detenerse, dar un paso atrás y ver la panorámica completa. Es probable que Bauman tenga razón cuando asegura que vivimos tiempos líquidos, pero precisamente por eso necesitamos políticos sólidos y no líquidos. Y menos aún políticos vaporosos. Pues estoy convencido de que sólo a través de la reflexión y del pensamiento crítico podemos leer adecuadamente el momento político por el que atraviesa el país. Y sólo a través de una firme voluntad política, anclada en unos igualmente firmes principios ideológicos, estaremos en condiciones de ofrecer una esperanza al país. Pienso que son elementos que se reúnen en la persona de Antonio.
Es cierto que Antonio llegó a la esfera pública con la misma discreción y calma que le ha caracterizado desde entonces. Pero es también parte de uno de esos cambios imparables que se suceden con tanta velocidad. Porque ahora que se habla tanto de lo nuevo como panacea y hasta como sinónimo de lo bueno, conviene recordar que en ausencia de sustancia y de materia prima lo nuevo no es sino simple maquillaje cosmético. Antonio en apenas un año ha demostrado que se mueve en otras coordenadas. Ha impreso su sólido perfil y sus convicciones en el proyecto colectivo de Izquierda Unida y en el de la propia Andalucía.
Pienso que podemos encontrar la fortaleza política e intelectual de Antonio en dos pilares cruciales.
El primero, que Antonio se sitúa muy por encima de la mediocridad política. Esta mediocridad política es la consecuencia clara del vaciamiento ideológico de los grandes partidos de masas, convertidos en maquinarias electorales que compiten entre sí a cualquier precio. Flexibles en sus principios y difusos en sus ideas y planteamientos, los partidos y líderes convencionales han sido atrapados por una fuerza centrípeta que los ha desconectado de la realidad social. Oxidadas sus lentes políticas, las grandes ideas han devenido en lugares comunes y tópicos sin profundidad alguna. Así las cosas, han convertido cada vez más los discursos en puro teatro. Pero un teatro no de calidad, sino soso y aburrido. Un espectáculo desolador que sólo ha servido para dos cosas. En primer lugar, para sostener la apariencia plural y democrática de un orden social injusto y muy poco participativo. Y en segundo lugar, para mermar la credibilidad de la política y agotar su fuerza transformadora en el imaginario ciudadano. Antonio no entra en estas descripciones, y sólo es necesario compartir algunos minutos con él o escuchar sus discursos para entender que nos encontramos ante un político extraordinario. Su formación le da rigor, su enfoque coherencia y su acción credibilidad. Y ahí tenemos el incidente político de la Corrala para comprobarlo.
La segunda fortaleza de Antonio es que se sitúa muy por encima de la economía vulgar. Y me refiero a ese conjunto de creencias y dogmas de fe que se han instalado durante años en las mentes de los economistas y que nos dictan una hoja de ruta profundamente regresiva. Algunos convenimos en llamar a ese conjunto de ideas neoliberalismo. Dijo acertadamente Keynes que los hombres prácticos suelen ser esclavos de algún economista difunto. Hoy muchas generaciones de economistas, incluida la mía, tenemos el deber moral de liberarnos de esa silenciosa esclavitud. Y es que no sólo la aplicación de esas ideas consolida un orden social injusto, que abarca desde la simple concepción como recurso del ser humano hasta la creencia fanática en tal cosa como la mano invisible, sino que también son contraproducentes para el desarrollo económico. Y cuando confundimos crecimiento con desarrollo o competitividad con productividad, y cuando ignoramos los límites del planeta o la desigualdad social, estamos abocados al fracaso como economistas y políticos.
Nuestro país y Andalucía se encuentran en un proceso de desintegración social como consecuencia de la gestión neoliberal de esta crisis. Pero tenemos alternativas, tenemos opciones. Las alternativas, en un mundo social, también tienen nombre y apellidos. Y Antonio Maíllo es parte de la esperanza política no sólo de la izquierda sino del país. Porque los años de espejismos económicos y de vaciamiento ideológico de la política tocan a su fin, y hay que poner el rigor y el compromiso por delante.